Tan
extrema como que un día ando con Mafalditis y otro con Marilynitis...
Fue
una lucha constante desvincular mis emociones entre lo que mi mamá realmente
quería que yo pensara, o sea que "es una niña tonta que no sabe actuar,
media ligera de cascos, con una pésima voz, ...bla, bla" y lo que yo veía:
un brillo cautivante de ternura inocente a través de la pantalla. Así
que vencí el intento de lavado de cerebro de mi madre cuarentona celosa de
aquella época y simplemente decidí admirarla... sin contaminaciones de ningún
tipo.
Lo
confieso, me encanta. No sólo porque empatizo con su sexy figura alejada de la
epidemia de anorexia que inunda a mi generación, si no que con su forma de ser
cándida, genuina pero tan sufriente por dentro, cómo apunto de desbordarse en
cualquier momento, tal como me he sentido yo tantas veces.
Qué
contradicción era quererla, porque se le vendía como símbolo de la perfección,
pero era lo más imperfecto que hay, por dentro y por fuera, eso la hacía tan
adorable para mí.
Por eso encontré unas fotos de ella en la playa, naturales, con ese
chaleco precioso que me tiene obsesionada, y las quise compartir. Digo, por si
acaso hay alguien por ahí buena pa' los palillos que quiera echarme una manito
con el tejido. Al fin y al cabo, quizás ponerme un chaleco igual, y tirarme
sobre la arena, me haga compartir ese sentimiento de libertad, sin
pretensiones, que le salía por los poros cuando le tomaron esas fotos.
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