miércoles, 18 de abril de 2012

Marilynitis Aguditis

Tan extrema como que un día ando con Mafalditis y otro con Marilynitis...



La Marilyn Monroe está estampada en mi cabeza desde siempre. Desde las películas hollywoodenses que daban en la telecuando volvía del colegio, con sus canciones, coreografías, sus pintas -perfectas- hasta llegar al contemporáneo cliché de Andy Wharhol




Fue una lucha constante desvincular mis emociones entre lo que mi mamá realmente quería que yo pensara, o sea que "es una niña tonta que no sabe actuar, media ligera de cascos, con una pésima voz, ...bla, bla" y lo que yo veía: un brillo cautivante de ternura inocente a través de la pantalla. Así que vencí el intento de lavado de cerebro de mi madre cuarentona celosa de aquella época y simplemente decidí admirarla... sin contaminaciones de ningún tipo.




Lo confieso, me encanta. No sólo porque empatizo con su sexy figura alejada de la epidemia de anorexia que inunda a mi generación, si no que con su forma de ser cándida, genuina pero tan sufriente por dentro, cómo apunto de desbordarse en cualquier momento, tal como me he sentido yo tantas veces.




Qué contradicción era quererla, porque se le vendía como símbolo de la perfección, pero era lo más imperfecto que hay, por dentro y por fuera, eso la hacía tan adorable para mí.

Por eso encontré unas fotos de ella en la playa, naturales, con ese chaleco precioso que me tiene obsesionada, y las quise compartir. Digo, por si acaso hay alguien por ahí buena pa' los palillos que quiera echarme una manito con el tejido. Al fin y al cabo, quizás ponerme un chaleco igual, y tirarme sobre la arena, me haga compartir ese sentimiento de libertad, sin pretensiones, que le salía por los poros cuando le tomaron esas fotos. 

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